EDUCAR PARA SER LIBRES
Los centros FEST comparten la visión e inspiración liberadora de san Juan de Mata, renovada a lo largo de los siglos por los continuadores de su obra y las fundadoras y fundadores de los institutos que conforman la familia trinitaria. Así aquella visión llega a nosotros, para ayudarnos a interpretar la realidad y actuar a través de ella por medio de tres claves:
Una visión que busca la autonomía y riqueza de las personas, reconociendo sus elementos diferenciales y descubriendo, a partir de ellos, posibilidades para el encuentro intercultural, el pensamiento crítico, el diálogo y la igualdad de oportunidades.
Una visión que promueve una pedagogía activa y del encuentro, por medio de la educación en la interrelación, la comunión y la escucha mutua.
Una visión que cree y siente a Dios como Trinidad. Como imagen suya nos compromete a ser comunidad educativa abierta, cercana y comprometida. Para alcanzarla, necesitamos creer en un modelo educativo que forma para la libertad interior y para crear espacios de libertad exterior, en un ambiente de pensamiento crítico, implicados en la transformación social, la ruptura de estructuras injustas, la educación plural y la diversidad.
Una de las aspiraciones más recurrentes de la humanidad, tanto en su dimensión personal como en la comunitaria, es el deseo de autodeterminación, manejar su propio destino y guiar su vida hacia los objetivos que se proponga. Desde la filosofía se ha llamado a esta capacidad del ser humano, libertad.
La libertad se considera no como fin en sí misma, sino como instrumento que el ser humano emplea para sí, ayudándole a conseguir los objetivos deseados y a construir su propia dignidad humana. Una de las características esenciales del ser humano es su capacidad para tomar decisiones, que lo constituye en un ser diferenciado, un ser abierto a todas las posibilidades vitales de sentido ante las que se posiciona.
Es en esos posicionamientos y decisiones donde la libertad se convierte en una herramienta de conciencia que personaliza y socializa al ser humano. La libertad personaliza en cuanto permite alcanzar al ser humano su dignidad a partir de las decisiones sobre el significado que quiere dar a su vida, decisiones de las que emergerá un determinado estilo de conducta.
La persona aprende que su gran decisión vital, su opción fundamental, solo se gesta y sostiene en las pequeñas decisiones que asume a cada momento. Esa capacidad para elegir su proyecto personal y su destino es clave para poder considerar una libertad personal, no una libertad recibida como regalo de su naturaleza, sino más bien una conquista que requiere de un permanente y dramático combate para superar y vencer todos los compromisos y determinismos que no quiere aceptar, o no considera válidos en función de su destino. La libertad, por tanto, no se realiza en poder hacer en cada momento lo que nos gusta y apetece, sino en las decisiones diarias que dignifican, hasta el punto de que ser libre se convierte en la capacidad y la osadía de romper con todo lo que desvía a la persona del objetivo de su vida. Quien renuncia a ello está dimitiendo de su libre responsabilidad personal.
En todo este proceso intervienen tanto fuerzas exteriores como interiores, si bien son estas últimas las que suponen una mayor amenaza para la libertad personal, en cuanto disminuyen la responsabilidad de la actuación, de modo más o menos consciente.
Es por ello, por lo que la liberación interior se convierte en el último reducto inviolable que se puede defender y conservar, frente a las dinámicas internas que tiranizan y esclavizan la voluntad. La libertad socializa, en cuanto la capacidad de tomar decisiones del ser humano se vive en relación con otros a los que se reconoce el ejercicio de esa misma facultad, el valor intrínseco de sus decisiones y su propia dignidad como personas.
Vivimos con otros, formamos sociedades más o menos complejas que establecen normas para salvaguardar la armonía en el conjunto de libertades personales, de modo que, en ejercicio de esa misma libertad, construimos imperativos éticos que controlan, en bien de la sociedad, el que cada uno actúe y se comporte como le parezca en la consecución de su dignidad.
En ambos casos concluimos que la libertad no puede definirse como la cualidad de poder hacer esto o lo otro, sino en cuanto capacidad de decidir sobre sí mismo y convivir con otros a los que se reconoce esa misma facultad, y en todo caso desde un sentido de trascendencia.
Vivimos, sin embargo, en una sociedad heredera del liberalismo ilustrado, que convirtió la libertad en un ideal subjetivo del individuo reivindicando su autonomía personal con respecto al Estado y a cualquier institución social, afirmando su independencia como sujeto de deberes y derechos. En este ideal, desarrollado ampliamente en la conquista de libertades personales a lo largo del siglo XX, se basan actualmente las ideologías neoliberales cuando definen los límites de la libertad personal en el encuentro con los límites de la libertad de los otros y suplen la libertad colectiva por la libertad de mercado. Es lo que se ha dado en llamar hiperindividualismo, la nueva libertad se define desde la preeminencia de la autorrealización, basada en la búsqueda de un bienestar personal y consumista, completando de este modo la creciente desorientación de los individuos.
La “vida a la carta” se convierte así en representación del ser individualizado que solo reconoce su realización personal en la libertad, tanto de imposiciones colectivas y comunitarias como de trascendencias y absolutos de sentido. Estas ideas alcanzaron su máxima actualidad a comienzos del siglo XXI, con la caída de las Torres gemelas y el consecuente replanteamiento de la libertad personal, en dos sentidos.
En primer lugar, encontrando amplio campo de actuación para la propia libertad, si la libertad de cada individuo acaba donde comienza la libertad del otro, una vez anuladas otras libertades, o cuando no han sido capaces de desarrollarse, la libertad personal no encuentra límites y se impone sin oposición.
En segundo lugar, ofreciendo la seguridad del Estado a cambio de cesiones personales de libertad, lo que anula la capacidad de decidir, justificándola en el miedo a perder las conquistas de bienestar hedonista, sin pudor alguno incluso para crear artificialmente ese miedo.
Aquí es donde, tanto la filosofía como la teología, se ponen de acuerdo en rechazar la búsqueda de libertad en cuanto bien absoluto, y frente a la “libertad de” se propone como opción realmente dignificadora del ser humano la “libertad para”, o lo que es lo mismo, oponiendo la libertad a la liberación. El primer camino, “libertad de”, quiere llegar a la justicia, a la liberación, por medio de la libertad, es propio del neoliberalismo y ha tenido buenos resultados en el siglo pasado y en las primeras décadas del presente, pero lo ha hecho beneficiando siempre a los más fuertes, dejando sin libertad, sin liberación, a la mayor parte de la humanidad. El segundo camino, “libertad para”, entiende que la liberación, la justicia reparadora, es el único camino para alcanzar la libertad de todo ser humano y de todos los seres humanos, si bien debe cuidar que la justicia no impida la libertad y que al impulsar la libertad no se impida la justicia.
La liberación es, por tanto, un proceso que implica las dimensiones personal y social descritas anteriormente, en lo personal constituye un proceso de conversión, en lo social e histórico se trata de un proceso de transformación. Ya hemos dicho que la libertad no se nos da, hemos de conquistarla, y tal conquista supone la liberación de todas las ataduras, tanto internas como externas, que silencian la fuerza transformadora de la libertad potencial y la propia autonomía personal.
Es, por tanto, un proceso permanente, de la vida y de la sociedad humanas, lo cual no significa que deba negarse la libertad hasta que se alcance la plena liberación, más bien supone que no podemos hablar de plena libertad personal sino como el resultado de un largo proceso de liberación: si no se favorecen las condiciones sociales, económicas y políticas básicas para que la libertad, en cuanto autodeterminación personal, pueda desarrollarse, de poco vale garantizar otras libertades. En la propuesta cristiana, Jesús de Nazareth se anuncia a sí mismo como promotor de este proceso de liberación, prioritariamente hacia a los pobres (Is 61,1-2; Lc 4,14-21), a los que anuncia preferencialmente la buena noticia.
Esta opción de Jesús revela la opción fundamental de Dios por los débiles, y nos enseña a comprender teológicamente a Dios como el salvador que actúa en la historia de las personas de forma liberadora: Dios salva liberando de la esclavitud, Jesús salva redimiendo del pecado y anunciando una creación plenamente liberada, lo cual reclama de los creyentes una fe como compromiso de justicia en favor de la liberación histórica y social de los pueblos y de las personas. Si desencarnamos la salvación de la liberación histórica estaremos convirtiendo el mensaje cristiano en mero individualismo espiritualista carente de toda dimensión transformadora, nuestro credo se convertirá en una fe estética y liberal, inflexible ante los pecados personales y tolerante con los pecados estructurales y sociales.
Esta liberación al modo de Jesús nos devuelve la unión con Dios creador y salvador, nos permite elegir y decidir, no en oposición al otro, como afirma el hiperindividualismo, sino en comunión con el otro, colaborando así en la consecución de bases estables de liberación. El Evangelio de Jesús se basa en una mirada interior, una decisión desde el amor y la esperanza en el futuro, que permita alcanzar la verdadera libertad como acto de preferencia y entrega a un ideal, frente al pecado consumista del tener más como condición para ser más. Anuncia que no hay libertad sin liberación de lo que atenta a la dignidad personal, de lo que atemoriza y reprime al ser humano, de las dependencias y apegos, del yo absoluto.
De este modo, toda propuesta de liberación que nace de la fe y del compromiso como creyentes, se realiza mediante la participación en la vida trinitaria de Dios: nos une al rostro del Padre de amor que perdona y libera; nos identifica con Jesucristo que ha recorrido personalmente y hasta las últimas consecuencias el camino que libera; y como seguidores de Jesús, nos introduce en la dinámica del Espíritu Santo, seres nuevos en camino hacia la plena liberación.
Teología Pedro José Huerta Nuño. Área de Evangelización y Pastoral FEST
El ser humano ha sido creado para la libertad. Sin embargo, este proyecto se ve constantemente amenazado en nuestro mundo. El análisis de nuestra sociedad, desde una visión crítica, nos pone ante numerosas situaciones donde la libertad ha sido vulnerada. Es necesario pues una actitud de escucha de la realidad para no caer en la trampa de la indiferencia y del individualismo.
Una actitud que, a partir de la escucha del Evangelio y del seguimiento de Jesús de Nazaret, nos lance a la transformación de nuestra realidad y a trabajar diariamente por la justicia y la paz. Es innegable la cantidad de nuevas posibilidades que las sociedades actuales nos ofrecen y los muchos valores positivos que han sido fruto de largos procesos históricos; los jóvenes son portadores de muchos de esos valores. Igualmente, los jóvenes son muy sensibles a los problemas sociales y están muy dispuestos al voluntariado y al compromiso por hacer una sociedad más justa.
El papa Francisco nos indica que el encuentro con los jóvenes puede ayudarnos a estar atentos a los gritos y esperanzas de la humanidad. “Son precisamente los jóvenes quienes pueden ayudarla (a la Iglesia) a mantenerse joven, (…) a luchar por la justicia, a dejarse interpelar con humildad” (Chistus Vivit, 37). “El compromiso social y el contacto directo con los pobres siguen siendo una ocasión fundamental para descubrir o profundizar la fe y discernir la propia vocación” (CV, 170).
Atentos a los gritos y esperanzas de los hombres y mujeres de hoy, las Naciones Unidas han elaborado la “Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”, con el fin de luchar contra la pobreza y asegurar un planeta sano para las generaciones futuras. El papa Francisco ha insistido en la necesidad de una iglesia en salida, invitándola a no tener miedo de ensuciarnos por nuestra gente; dice a los jóvenes: “por ustedes entra el futuro en el mundo- (…) Sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean constructores del futuro, que se metan en el trabajo por un mundo mejor” (CV, 174).
En línea con estas llamadas, se plantean ahora algunos retos que como familia trinitaria nos están interpelando y nos llaman al compromiso por la Libertad:
1. Llamados a ser imagen de Dios Trinidad, nos interpela la llamada a trabajar en la construcción de sociedades más inclusivas, más dialogantes y participativas (Agenda 2030; objetivo 16). La interculturalidad, el dialogo con otras visiones del mundo, la construcción de espacios de participación social y política, la defensa de los derechos humanos, la igualdad de género o la formación en la cultura de la paz, son algunos de los retos que nos cuestionan. Por otra parte, asistimos a una radicalización ideológica de nuestras sociedades; se pierde el horizonte del dialogo y de la búsqueda de consensos. Ante la falta de principios éticos que sean referentes, se establece como norma la ley del más fuerte, la economía neocapitalista más radical o la crítica a la democracia. “Esta colonización ideológica daña en especial a los jóvenes” (CV, 78).
El mundo digital actual nos abre a nuevas posibilidades pero también puede cerrarnos en un mundo que nos aísla. “Los jóvenes de hoy son los primeros en hacer síntesis entre lo personal, lo propio de cada cultura, y lo global. Pero esto requiere que logren pasar del contacto virtual a una buena y sana comunicación” (CV, 90). Estas son llamadas a salir de nuestros márgenes para ir a la calle, al mundo de la cultura, allí donde es más necesario renovar los valores y generar espacios de dialogo; un trabajo decidido por generar consensos y espacios de participación. Esto supone, antes de nada, una actitud, un modo de vivir y de situarnos en el mundo; en segundo lugar, implica un “estar” allí donde se mueve la cultura y la vida, salir de nuestros lugares de siempre; en tercer lugar, implica que nuestra misión evangelizadora, que nuestros proyectos y obras realmente sean transformadoras de la cultura y de la sociedad, a imagen de la Trinidad.
2. La enorme desigualdad entre países ricos y pobres, los conflictos armados y las hambrunas están generando ingentes masas humanas de desplazados. La Declaración de Nueva York de la ONU para los Refugiados y los Migrantes de 2016 señala: “en la actualidad, estamos en presencia de una movilidad humana que ha alcanzado un nivel sin precedentes”.
El Papa Francisco afirmaba en junio de 2018 que “en la cuestión de la migración no están en juego solo números, sino personas, con su historia, su cultura, sus sentimientos, sus anhelos (…). Sus derechos fundamentales y su dignidad deben ser protegidos y defendidos”. “Los jóvenes que emigran tienen que separarse de su propio contexto de origen y con frecuencia viven un desarraigo cultural y religioso. La fractura también concierne a las comunidades de origen, que pierden a los elementos más vigorosos y emprendedores, y a las familias, en particular cuando emigra uno de los padres o ambos, dejando a los hijos en el país de origen. La Iglesia tiene un papel importante como referencia para los jóvenes de estas familias rotas” (CV, 93).
Como trinitarios no podemos permanecer indiferentes ante esta realidad: la atención de aquellos que llegan a nuestros países en busca de mejores condiciones de vida, la defensa de sus derechos y de su dignidad, la búsqueda de soluciones adecuadas junto con otros organismos e instituciones.
3. Vinculadas a lo anterior esta la realidad de la trata de personas. El papa Francisco decía en 2016 que “el tráfico de personas y órganos, los trabajos forzados y la prostitución son las nuevas formas de esclavitud que representan “auténticos crímenes contra la humanidad”. La trata de personas es una de las más duras formas de esclavitud actuales y está suponiendo la vulneración de la dignidad y de los derechos de miles de personas en todo el mundo. La Iglesia ha sido siempre sensible a este problema. En estos últimos años, el compromiso con las víctimas y el combate contra la trata de seres humanos, ha ido fortaleciendo las redes eclesiales de trabajo y la colaboración con la administración pública y con otras entidades de la sociedad civil.
4. El Informe sobre “Libertad Religiosa en el Mundo 2018”, señala que el 61% de la población mundial vive en países donde no se respeta la libertad religiosa, lo que significa que 6 de cada 10 personas en el mundo no pueden expresar con total libertad su fe.
5. El primer objetivo de la Agenda 2030 es “poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo”. La brecha entre pobres y ricos ha aumentado en estos últimos años; en todos los lugares encontramos personas que han quedado al margen de un sistema de desarrollo que sistemáticamente excluye a un sector cada vez mayor de la población.
El papa Francisco nos señala en la Evangelii Gaudium: “…no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres vive precariamente el día a día (…). El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los llamados países ricos”. La exclusión en todas sus formas (paro, desestructuración familiar, falta de viviendas dignas, falta de escolarización, cárcel…) llaman a las puertas de nuestras ciudades. La cuestión de género añade un plus a la vulnerabilidad de muchas mujeres y niñas; la Agenda 2030 establece como uno de los objetivos de la humanidad en los próximos años “Lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y las niñas” (objetivo 5).
Como familia trinitaria estamos llamados a ser profetas de la libertad en la realidad de nuestro tiempo, se trata de llevar y hacer partícipe a cada persona del amor redentor y misericordioso de Dios Trinidad, viviendo en actitud de servicio hacia los hermanos, denunciando las injusticias y esclavitudes de nuestro mundo actual.
Podemos pensar que luchar por la libertad hoy, no es necesario, ya que podemos “hacer lo que queramos, cuando nos apetece”, sin embargo, confundimos lo que significa la libertad. La sociedad actual nos transmite que ser libres es tener todas las posibilidades abiertas en todos los momentos de nuestra vida, esto nos lleva a no comprometernos con nada y a no tomar decisiones fundantes porque el compromiso nos “esclaviza”, sin embargo, es todo lo contrario, tomar esas decisiones fundantes, que nadie puede hacer por nosotros, es lo que nos libera y nos hace autónomos.
El mundo de hoy nos transmite que Dios y la libertad del hombre no son compatibles, que la persona es más libre y más persona cuanto más alejada de Dios está, sin embargo, es todo lo contrario, somos más humanos, más nosotros, más libres, más felices, cuanto más nos acercamos a Dios en la vocación que cada uno hemos recibido. La razón de ser de la familia trinitaria tiene hoy más significado y trascendencia que nunca ya que nuestra identidad más genuina consiste en rescatar a toda persona que se encuentre en una situación de esclavitud, rehabilitando a la persona en su dignidad humana.
Esto nos debe cuestionar y comprometer como miembros de la familia trinitaria, debe llevarnos a desinstalarnos de nuestras zonas de confort y seguridad, yendo como dice el papa Francisco a las “periferias existenciales”, allí donde nadie llega, estas periferias están geográficamente mucho más cerca de lo que creemos o pensamos, solo es necesario querer verlas e implicarnos.
Debemos tener abiertas las puertas de nuestras casas y de nuestros corazones para acoger incondicionalmente a cualquier persona, sean cuales sean sus circunstancias y su realidad. La misericordia y la compasión son dos rasgos genuinos del carisma trinitario, significa poner nuestro corazón junto al de aquellos que sufren y están esclavizados y sentir como propios los males ajenos.
Es preciso salir al encuentro de toda persona con su realidad, “salir preferencialmente” al encuentro de aquellas personas a la que todavía no había llegado la buena noticia de la salvación, esto tiene una conexión directa entre la consagración a la Trinidad, el seguimiento de Jesucristo y la misión redentora que nosotros como familia trinitaria debemos continuar. Trinidad, redención, caridad, liberación son elementos esenciales y claves de la familia trinitaria. La misión de la familia trinitaria es buscar la continua alabanza a Dios Trinidad y la salvación de los más débiles y de los oprimidos, a quienes Dios ama de modo “preferencial”.
Estos son rasgos muy característicos nuestros que dan un profundo sentido a nuestra identidad. Estos elementos tienen su origen en la misma vida de la Trinidad y pretende ser una expresión de la comunión del Padre con el Hijo en el Espíritu Santo. La familia trinitaria está llamada a reproducir con cualquier persona que se acerca a nosotros el clima de familia, la casa abierta, que en Dios descubrimos: donación recíproca, acogida y comunión de hermanos. Solo así podremos ser prolongación del amor de Dios a la humanidad, a la que Él nos envía.
Esta apertura e incondicionalidad radical, es manifestación del amor de Dios Trinidad como ya hemos dicho, y se expresa en el lema: ¡GLORIA A TI TRINIDAD Y A LOS CAUTIVOS LIBERTAD! Dios nos ha creado libres y para ser libres. Por ello, la familia trinitaria tenemos hoy día en gran reto por delante, el desafío de ser a semejanza de Juan el Bautista la voz que clama en el desierto allanando el camino al Señor (Jn 1, 23; Is 40, 3) anunciando a los cautivos la libertad, anunciando la buena noticia de la salvación (Lc 4, 18-19; Is 61, 1-2), denunciando las esclavitudes e injusticias de nuestro mundo de hoy, yendo a las fronteras y a las “periferias existenciales”.
Elena Dionisio Ruiz Área de Evangelización y Pastoral FEST